PRIMER DÍA
Y por fin, después de pegarnos 18 horas en la peor escala que he hecho en mi vida, llegamos a Singapur.
Mira que he hecho escalas de más de 28 horas en Rusia, 24 horas en Estambul varias veces cuando cogía el vuelo para ir a Houston y algunas otras largas pero jamás, en todo este tiempo, había tenido una experiencia tan mala. Volábamos desde Dubái a Singapur con escala en Chennai (norte de la India) y una vez llegamos, nos pusieron en una zona de tránsito, alejada del resto de la terminal, del patio de comidas, de dónde estaba el resto de pasajeros que volaba a diferentes destinos… nos metieron en una sala con sillones a nosotros dos solos, custodiados por la policía (que venía a cada rato a controlar), sin internet para contactar con la familia y sin, llámame loco, una máquina expendedora con agua o comida. Iba a decir cual perros, pero estoy seguro de que todo el que tiene un perro, trata mejor a sus mascotas que lo que nosotros allí vivimos. En un principio, los de la compañía IndiGo habían quedado en traernos agua y que después de eso, de vez en cuando volverían a traernos más. Cuando pedimos para salir a la terminal dónde estaban los otros pasajeros para así, al menos comer algo, nos dijeron que era imposible salir, que solo los de IndiGo nos podrían venir a buscar para eso. Nos facilitaron un número de teléfono para pedir algo de comida. Nos trajeron el arroz más seco que me he comido en mucho tiempo, pero la verdad que después de no haber comido nada durante más de seis horas, fue agradecido y hasta parecía bueno. Llamábamos a la compañía pero no nos daban ninguna solución a la situación, y llegados un momento, empezaban a colgarnos el teléfono. A las ocho horas vino una trabajadora de Indigo a traernos agua y unos snacks que estaban caducados de hacía tres meses. Seis horas más tarde, vinieron a recogernos para llevarnos con el resto de gente en la terminal, nosotros pensando que iba a estar vacía y al final había muchísimo movimiento de gente.
Y como
dicen que lo bueno se hace esperar, ya estábamos en Singapur. Eran las 6 de la
mañana, y aparte de desayunar, aprovechamos para coger wifi un rato, en el que
aproveché para llamar a mis padres y mi hermano. También buscamos la manera más
óptima para llegar al centro de la ciudad para nosotros, que resultó ser
cogiendo la tarjeta “Singapore Tourist Pass” por tres días. Pagamos 20SGD
(dólares de Singapur) que son unos 12,50€. También se puede comprar por uno o
dos días. Hay que dejar un depósito de 10$ pero que te los devuelven cuando
entregues la tarjeta. Nos salió súper rentable y la aprovechamos muchísimo. La
tarjeta te sirve tanto para guaguas como para coger el metro en la ciudad. El
metro de Singapur funciona a las mil maravillas: es limpio, la gente es
respetuosa y es fácil de entender. Contando con cuatro líneas de metro que se
reparten por toda la ciudad.
Para el que no lo conozca, a Singapur se le conoce como the “fine” city, teniendo “fine” un doble sentido. Por un lado, la palabra “fine” en inglés puede significar magnífico, excelente, bueno, y no cabe duda, que después de ver esta ciudad estos adjetivos le vienen al dedillo. Pero, por otro, la palabra “fine” también significa multa. Y es que fue llegar al aeropuerto y alucinar con la cantidad de prohibiciones que había, con sus multas correspondientes. Entre ellas:
- No comer chicle. Con venta prohibida, sin posibilidad a traer más de paquetes por considerarse contrabando y posibilidad a penas de un año de cárcel y multas de 3700€.
- No mostrar tu homosexualidad. Con hasta dos años de prisión.
- No abrazarse en público. Con posibilidad de hasta un año de cárcel.
- No tirar basura en la calle. Multa de 1300€ por la primera vez y el precio en aumento si se repite.
- No cruzar la calle por donde no se debe. Con penas de 670€ a posibilidad de tres meses de prisión.
Para el que no lo conozca, a Singapur se le conoce como the “fine” city, teniendo “fine” un doble sentido. Por un lado, la palabra “fine” en inglés puede significar magnífico, excelente, bueno, y no cabe duda, que después de ver esta ciudad estos adjetivos le vienen al dedillo. Pero, por otro, la palabra “fine” también significa multa. Y es que fue llegar al aeropuerto y alucinar con la cantidad de prohibiciones que había, con sus multas correspondientes. Entre ellas:
- No comer chicle. Con venta prohibida, sin posibilidad a traer más de paquetes por considerarse contrabando y posibilidad a penas de un año de cárcel y multas de 3700€.
- No mostrar tu homosexualidad. Con hasta dos años de prisión.
- No abrazarse en público. Con posibilidad de hasta un año de cárcel.
- No tirar basura en la calle. Multa de 1300€ por la primera vez y el precio en aumento si se repite.
- No cruzar la calle por donde no se debe. Con penas de 670€ a posibilidad de tres meses de prisión.
Una vez llegados al hostal, situado en el barrio de Little India la chica
de recepción fue tan amable que incluso nos regaló una tarjeta a cada uno con
internet y 5$ de saldo. Nuestra idea era comprar una tarjeta que vimos por 15$
que tenía 1GB de internet pero con la de la chica de recepción, nos fue
suficiente para los días que estuvimos en la ciudad. Siempre suele convenir
tener una tarjeta sim, aunque es cierto que en la gran mayoría de las
estaciones de metro había wifi abierta. Sobre todo para buscar lugares en los
mapas (también pueden descargarse mapas sin conexión en Google Maps o la aplicación
Maps Me), buscar lugares para comer, estar en contacto con familia y amigos,
etc.
Buscando algo de comida por la ciudad,
nos encontramos con un centro comercial que tenía una pequeña dulcería con una
pinta exquisita, nos comimos unos croissants de chocolate pequeñitos que sabían
a paraíso y un panecillo como con salchicha.
Ya con el depósito lleno de energía, nos fuimos a explorar el barrio
indio, teniendo como punto clave de la visita el templo Sri Mariamman y un
parque con elefantes de decoración. También aprovechamos para ver la mezquita del
sultán (Sultan Mosque). Nos volvimos al
hostal, momento en el que ya pudimos acceder a la habitación y aprovechamos
para descansar unas horas.
Después
de la siesta comenzaba el espectáculo, nos íbamos a ver la zona Marina Bay, con
los rascacielos, el famoso hotel Marina Bay Sands y Gardens by the Bay
(Jardines de la Bahía). Llegamos primero a los jardines para ver el espectáculo
de luces.
Gardens by the Bay es un espectáculo para la vista y
te da la sensación de transportarte a un escenario de la película Avatar.
Quitando el acceso a la plataforma de los superárboles y las dos cúpulas que
tienen los jardines, el resto es totalmente gratis y para el disfrute de tanto
viajeros como para los habitantes de Singapur. Las estructuras de hierro que
forman los árboles recogen el agua de la lluvia y contienen células
fotovoltaicas que les permite acumular la energía y así, iluminarse al llegar
la noche. Cuando esta llega, empieza la magia. Tanto a las 7:45 como a las 8:45
comienzan los espectáculos de música y sonido. Nosotros los vimos tumbados en
el suelo como hacía mucha gente, vaya pasada...
Después de ver ese espectáculo, fuimos a ver las
fuentes en Marina Bay, a solo 10-15 minutos de distancia caminando. Y si ya
pensábamos que un show así era difícil de superar, llegamos a la zona de las
fuentes para ver lo que nos esperaba con las luces y agua. Yo creo que después
de ver tremendas puestas en escena, tanto Dany como yo, nos quedamos enamorados
de la ciudad. Los horarios para ver el espectáculo son a las 8pm y las 9pm, así
que si vas al de Gardens by the Bay a las 7:45pm puedes venir tranquilamente
caminando para coger sitio frente a las fuentes. Ambos son gratuitos.
SEGUNDO
DÍA
Nos levantamos temprano para ir a Chinatown, llevar mi teléfono a la tienda Apple porque la cámara no me estaba funcionando. El servicio espectacular y gratuito.
TERCER DÍA
En nuestro tercer día en Singapur habíamos puesto el despertador a las 6 de la mañana para subir a ver el amanecer arriba, ya encontrándose Dany muchísimo mejor. Estaba en esa extraordinaria piscina, disfrutando de las vistas, de una mañana con una temperatura agradable, y en buena compañía, poco más se podría pedir…
Después de sacar todas las fotos y de disfrutar de la mañana, nos tocaba hacer
el check out. Una vez hecho, comimos en el mismo centro comercial del Marina
Bay. Como a Dany siempre le ha hecho ilusión jugar alguna partida de póquer en
un casino nos bajamos al que tiene el hotel, que abre 24 horas. Como no había
ninguna mesa del póquer que él acostumbra a jugar, jugamos unas partidas a la ruleta
mientras nos aprovechábamos del café, té y chocolate gratis.
Al cabo de una horita o algo así, nos fuimos a ver los jardines de día, a pasear un rato y a sacarnos unas fotitas. Hacía un calor de infarto, nos parábamos a cada rato en la sombra a refrescarnos y a resguardarnos del calor. Aprovechamos para coger las entradas para subir a la plataforma que se encuentra en los jardines para ver el show a la noche desde allí, así pudiendo tener una perspectiva diferente de tremendo espectáculo.
Nos levantamos temprano para ir a Chinatown, llevar mi teléfono a la tienda Apple porque la cámara no me estaba funcionando. El servicio espectacular y gratuito.
Como no me lo devolverían hasta las tres,
decidimos ir ya al Marina Bay Sands, aunque el check in no fuera posible hasta
las dos. Llegamos antes y no solo pudimos hacer el check in antes sino que
además nos dieron una mejora en la habitación, menuda sorpresa. Estábamos alucinando, estábamos en el mejor
hotel de Singapur y nos habían hecho una
mejora en la habitación, con vistas a la bahía. Una pasada.
Llegamos a la habitación, nos preparamos un tecito y nos preparamos para subir a la piscina, motivo por el que decidí quedarme en este hotel y en mi lista de “cosas que hacer antes de morir”.
Y es que
la piscina infinita del Marina Bay Sands en Singapur me ha tenido durante años
como loco. No solo es el edificio estrella por antonomasia del país por su
arquitectura imposible sino que la piscina tiene unas vistas impresionantes de
la bahía. Mi viaje, por lo general, siempre será de bajo coste en cuanto
alojamiento pero para qué son los sueños sino son para cumplirlos.Llegamos a la habitación, nos preparamos un tecito y nos preparamos para subir a la piscina, motivo por el que decidí quedarme en este hotel y en mi lista de “cosas que hacer antes de morir”.
Aunque he
escuchado a gente que dice que puedes entrar a la piscina sin hospedarte en el
hotel, me temo que no es correcto. Leí en un blog en inglés de un caso de hace
años de una chica que llegó a colarse. En la actualidad, es prácticamente una
misión imposible. Primero, porque necesitas una tarjeta para que el ascensor
funcione, y segundo, porque para entrar a la piscina tienes que pasar unas
barreras “tipo metro” en la que necesitas la tarjeta y que está a veces
vigilada por hasta 5 personas. Aunque Dany estaba
malillo y se quedó descansando en la habitación, me subí hasta las 11 de la
noche para ver el espectáculo de luces y fuentes desde la piscina.
Durante la noche, mientras estaba en la piscina, decidí llamar por Facetime a
algunas cuantas de las personas que más aprecio, y así mostrar mi felicidad “in
situ” de momento tan especial para mí. Después del bañito, decidí bajar a
ducharme e ir a comprar algo de comer. Me compré un paquete de papas y unas
galletas Oreo y me senté a comer frente a la bahía, completamente llena de
rascacielos iluminados, dejando una imagen preciosa. Me pasé un buen rato allí
sentado, y aunque los mosquitos me estuvieran devorando, no había nada que
podría haber arruinado ese momento. TERCER DÍA
En nuestro tercer día en Singapur habíamos puesto el despertador a las 6 de la mañana para subir a ver el amanecer arriba, ya encontrándose Dany muchísimo mejor. Estaba en esa extraordinaria piscina, disfrutando de las vistas, de una mañana con una temperatura agradable, y en buena compañía, poco más se podría pedir…
Al cabo de una horita o algo así, nos fuimos a ver los jardines de día, a pasear un rato y a sacarnos unas fotitas. Hacía un calor de infarto, nos parábamos a cada rato en la sombra a refrescarnos y a resguardarnos del calor. Aprovechamos para coger las entradas para subir a la plataforma que se encuentra en los jardines para ver el show a la noche desde allí, así pudiendo tener una perspectiva diferente de tremendo espectáculo.
Después del lujo y todas las comodidades que teníamos en
el hotel, nos volvimos a la zona de Little India para quedarnos en otro hostal,
esta vez, de 12 camas. Aunque la habitación era bastante apretada y no tenía
mucho espacio para moverse, tenía un saloncito que me encantó. Tenía libros,
sillones, café y té gratis, televisión con la Nintendo Wii, y mucha
información sobre las diferentes posibles actividades en la ciudad. El hostal
se llamaba “The InnCrowd Backpackers”, y pagamos 10,50€ por la noche. Un precio
bastante asequible, teniendo en cuenta de que Singapur tiene fama de cara y que
el hostal en el que normalmente me quedo en Madrid suele costar 25€ la
noche.
Por tercera noche consecutiva, volvimos a la noche a ver los espectáculos de luces en los jardines y las fuentes en la bahía.
CUARTO DÍA
En nuestro última día en la espectacular Singapur, decidimos ir a la estación de guaguas nada más salir del hostal para informarnos sobre los precios y los horarios para ir a Kuala Lumpur. Había una opción a la tarde noche y otra opción a las dos horas desde el momento en que preguntamos. Viendo que estaba lloviendo, decidimos apurarnos, coger las mochilas en el hostal, comprar algo de provisiones para el camino y estar de vuelta con las mochilas en la estación. El trayecto duró cinco horas y nos costó 15€, teniendo que cruzar la frontera entre Singapur y Malasia, donde conocimos a un Singapuriense que tenía como afición sacarse fotos con buzones en todo país que visitaba (incluyendo España en una de sus fotos).
No nos dio tiempo a ver la marina de dia y el león. Entre una cosa y la otra, no fuimos ni al Cloud Forest que se encuentran en Gardens by the Bay ni a ver el famoso león que echa agua que se encuentra en el otro lado de la bahía. Ya me tocará volver…
Ya una vez llegados a la sucia, barata y alocada Kuala Lumpur, donde los mercados venden productos de imitación de todo tipo, nos paramos a pensar en lo increíble y opuesta que Singapur es. Creo que desde la misma llegada al aeropuerto de Singapur lo sentimos: buen gusto, limpieza y una amabilidad y buenos modales que en pocos lugares había visto. Gente que saluda, que sonríe, que espera a que salgan los otros del metro para entrar, que en las escaleras mecánicas se hacen a un lado, de policía que es agradable... y si a eso, le sumas que tiene varios lugares espectaculares, el sabor de boca y la sensación que se lleva uno del país es de “quiero más, esto me gusta” o “aquí no me importaría vivir un tiempo”.
Por tercera noche consecutiva, volvimos a la noche a ver los espectáculos de luces en los jardines y las fuentes en la bahía.
CUARTO DÍA
En nuestro última día en la espectacular Singapur, decidimos ir a la estación de guaguas nada más salir del hostal para informarnos sobre los precios y los horarios para ir a Kuala Lumpur. Había una opción a la tarde noche y otra opción a las dos horas desde el momento en que preguntamos. Viendo que estaba lloviendo, decidimos apurarnos, coger las mochilas en el hostal, comprar algo de provisiones para el camino y estar de vuelta con las mochilas en la estación. El trayecto duró cinco horas y nos costó 15€, teniendo que cruzar la frontera entre Singapur y Malasia, donde conocimos a un Singapuriense que tenía como afición sacarse fotos con buzones en todo país que visitaba (incluyendo España en una de sus fotos).
No nos dio tiempo a ver la marina de dia y el león. Entre una cosa y la otra, no fuimos ni al Cloud Forest que se encuentran en Gardens by the Bay ni a ver el famoso león que echa agua que se encuentra en el otro lado de la bahía. Ya me tocará volver…
Ya una vez llegados a la sucia, barata y alocada Kuala Lumpur, donde los mercados venden productos de imitación de todo tipo, nos paramos a pensar en lo increíble y opuesta que Singapur es. Creo que desde la misma llegada al aeropuerto de Singapur lo sentimos: buen gusto, limpieza y una amabilidad y buenos modales que en pocos lugares había visto. Gente que saluda, que sonríe, que espera a que salgan los otros del metro para entrar, que en las escaleras mecánicas se hacen a un lado, de policía que es agradable... y si a eso, le sumas que tiene varios lugares espectaculares, el sabor de boca y la sensación que se lleva uno del país es de “quiero más, esto me gusta” o “aquí no me importaría vivir un tiempo”.